Plaza de Toros

Propiedad de la Real Maestranza de Caballería de Ronda, es uno de los monumentos de mayor personalidad de la geografía andaluza, y su existencia representa un capítulo esencial en la historia de la tauromaquia. La leyenda de este coso severo e impresionante se desparrama a lo largo de la evolución del arte de torear, y su arquitectura sigue fascinando a los que tienen la oportunidad de visitarla.

La definitiva consagración de las corridas de toros como fiesta eminentemente popular ocurre durante el reinado de Felipe V y se consolida a lo largo del siglo XVIII. El toreo se profesionaliza, y crece la necesidad de unos recintos cerrados con capacidad para los espectadores que sufragan los gastos pagando su entrada. De esta forma, aparecen las primeras plazas exentas. Las Reales Maestranzas, con la construcción de sus plazas de toros, jugaron un papel fundamental en la fijación de unos cánones estéticos que servirían de modelo de una arquitectura. De las cinco Maestranzas (Ronda, Sevilla, Granada, Valencia y Zaragoza), fueron las tres andaluzas las que construyeron sus plazas de toros.

La construcción de la Plaza de Toros de Ronda se sostiene por un lado por el interés de la Maestranza, y por otro por una tradición taurina de constante vigencia. Ronda tuvo sus lugares donde se celebraban habitualmente fiestas taurinas, que coinciden con el emplazamiento donde la Maestranza practicaba sus ejercicios: Plaza del Pozo, en el barrio de San Francisco; Plaza del Campillo, en la cornisa del Tajo; Plaza Mayor, en la que la balconada de la Colegiata de Santa María, añadida al templo a finales del siglo XVI, servía de tribuna destinada a autoridades y personalidades.

La particularidad de Ronda es que el escenario de la fiesta pasa directamente de la Plaza Mayor a la Plaza de Toros, construida a tal fin, exenta del casco urbano, de obra, sin pasar por la provisionalidad de una plaza de madera de otras ciudades.

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